La pasión y la razón usan lenguajes distintos. Como soy una persona muy racional, tengo un problema con el Madrid. Cuando me toca analizar la previa de sus partidos estoy lleno de ideas, aunque todas sean imaginarias. Pero después del partido, cuando los hechos ya dictaron sentencia, no encuentro argumentos suficientes para apoyar el desborde emocional. Festejo y hasta grito, pero nunca sé por qué.
La práctica la conocemos. El equipo la repite las veces que hagan falta, en situaciones desesperadas y de la manera más insólita. El segundo gol fue una combinación entre Nacho, Rüdiger y Joselu. ¿Quién podía esperarlo? Incluso en medio de batallas imposibles, confiamos contra las recomendaciones del sentido común. Pero seamos sinceros: nos falta una teoría. La magia no es una teoría; la leyenda ayuda, pero no alcanza; la afición influye, pero no juega.
Tampoco los enemigos ayudan. La suerte, que esgrimen, no suele ser tan obstinada. No se gana la lotería todos los días. Tampoco lo de “siempre robando”, que puede ser un consuelo, explica esta cadena de triunfos agónicos. Cuanto más se exagera, menos verdad parece. Dijo Müller después del partido que “en el Bernabéu, siempre lo mismo” y “que ya nos pasó en el 2017″. Lo que invita a pensar que los árbitros, de lunes a domingo, se confabulan para alimentar la leyenda del Madrid con decisiones sospechosas. Nada parece indicar que sea a instancia de Ceferin, pero insisten.
Si trazamos una línea de puntos para encontrar una continuidad histórica, habría que empezar por los dos grandes capitanes (Carlo Ancelotti dixit): Santiago Bernabéu y Florentino Pérez. Luego habrá que seguir por los grandes “marineros” (siempre citando al filósofo Ancelotti), empezando por los presidentes de honor: Di Stéfano, Gento, Amancio, Pirri. No puede faltar Raúl, como representante de la cantera, ni Cristiano, con su huella de récords, hasta llegar a los héroes de esta generación, varios de ellos a un paso de levantar la decimoquinta. No es que sean una teoría en sí mismo, pero son razones. Con sus enormes talentos, algunos construyeron y otros transmiten la cultura del esfuerzo, del juego colectivo, de la resistencia a la derrota. Esa cultura es una base tan sólida que lo inexplicable puede encontrar ahí su primer apoyo. Orgullo de fondo que se hace clamor en las tribunas y resucita muertos en el campo.
Digámoslo, por lo menos de pasada. El Madrid vive, en términos económicos, de lo que es capaz de producir. No hay, detrás, ningún billonario que se entretenga poniendo dinero. Accede a grandes talentos que fabrican buen juego, logran triunfos y agitan la economía. Mbappé será el próximo. Un círculo virtuoso viejo como el fútbol y moderno como el negocio. Pero el gran logro futbolístico es que Bellingham, que a principio de temporada la rompió, hoy compense con esfuerzo la pérdida de brillantez. Que a Joselu la gloria lo busque porque está comprometido como un hincha. Que todos muerdan, que Vinicius desequilibre, que Modric festeje el triunfo como un niño, que cada cual sea consciente de su papel y se sienta importante interpretándolo.
Estamos en este punto: la cultura predispone y los jugadores la empujan. Lo demás es misterio, material muy necesario para construir leyendas. Lo increíble es que el misterio sobreviva a millones de testigos y a redes sociales que lo escrutan y hasta lo parodian. Sin embargo, no logran desvelarlo.
Ahí está el deslumbrante estadio, más allá la magnífica Ciudad Deportiva y, en el campo, un equipo fiable y ya glorioso. El Madrid levantó el título de Mejor equipo del siglo XX y está en pole en la parrilla del siglo XXI. Todo tan sólido que es una teoría en sí mismo. Aun así, es una maravilla más del fútbol que cueste tanto explicarlo.
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